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La economía del lenguaje o la victoria de la mediocridad

Durante el periodo barroco en España, la literatura adoptó dos corrientes contrapuestas: el conceptismo y el culteranismo (que no deja de ser una manifestación o aspecto del primero).

Los máximos exponentes del conceptismo fueron Quevedo y Gracián, mientras Góngora lo era del culteranismo. Este se centraba en la forma, más que en el fondo o la idea: jugaba con la complejidad en el orden sintáctico (cambiando el orden lógico de las palabras), y usaba un vocabulario muy ornamental y grandilocuente, colmado de elementos estilísticos (hipérbaton, metáforas, neologismos, alusiones mitológicas, etc.), tratando con ello de apelar a los sentidos.

Por su parte el conceptismo daba más importancia al fondo que a la forma, al pretender excitar la inteligencia y apelar a la imaginación. Buscaba obsesivamente la asociación ingeniosa entre palabras e ideas mediante antítesis, paradojas, laconismos, el doble sentido, etc.

En cualquier caso, ambas corrientes literarias utilizaban el lenguaje no como un mero vehículo, sino que, por sí mismo y en sí mismo, suscitara una forma de arte que fuera a la vez entretenimiento y solaz de las gentes y una forma de aprendizaje y culturización.

Ahora el conceptismo anda de la mano con la mediocridad

En pleno siglo XXI, hacemos bandera de la “economía del lenguaje”: decir lo máximo con las menos palabras posibles. Sería encomiable si esta actitud nos acercara a aquel conceptismo, pero nada más lejos de la realidad: la parquedad y brevedad de la mayoría de contenidos, especialmente en las redes sociales, se debe más a la pereza y desidia de los lectores por no tener que enfrentarse a largos textos que a un ejercicio de ingeniería lingüística que intente expresar más con menos. Aún si fuera así, pero ese afán por publicar constantemente que demanda estar presentes en las redes sociales, a menudo nos lleva a producir contenidos de muy dudable interés y calidad.

Y así es: la mediocridad está ganando la batalla, como en tantos otros ámbitos. Somos una sociedad centrada en lo visual, donde todo es inmediato y efímero, donde percibimos por los sentidos, interpretamos someramente y, con harta probabilidad, enviamos al cajón del olvido cuanto antes mejor. Le llaman memoria selectiva por no decir incultura.

Leer no es pasar la vista por encima de las frases, es interpretar

Leer implica un esfuerzo de atención y tiempo, sobre todo si el contenido es denso. Como hoy día lo importante es que la gente se quede con dos o tres mensajes (porque si son más ya nos perdemos), hay que ser muy conciso y claro. La concisión y claridad no son malas per se, el problema es que se aplican para bajar el nivel con la excusa de que la mayoría semi-iletrada capte el concepto. Fruto de la progresiva “asnalización” del personal…

Marketing de contenidos con poco recorrido intelectual

Los que nos dedicamos al marketing y a la comunicación desde hace décadas vemos cómo ha cambiado el panorama. Internet y las redes sociales han irrumpido con fuerza y nos proporcionan un fabuloso medio de comunicación para las campañas de nuestros clientes.

Ahora cimentamos marcas a través de “contenidos de calidad”, no tanto con una publicidad masificada en sus mensajes y generalista por los medios donde aparece. El Marketing 2.0 y el 3.0 nos han llevado a nuevas cotas de interacción con los consumidores, estrechando el enfoque sobre nichos cada vez más segmentados. Desafortunadamente, tras observar su forma de comunicarse y expresarse, acabamos adoptando y adaptando nuestros contenidos a un lenguaje simple, pobre y repetitivo:

  • Frases cortas, no sea que nos atragantemos con las subordinadas y que el SEO nos ponga mala nota y nos posicione mal o peor
  • Palabras fáciles, porque si se cuela algún cultismo o tecnicismo el lector se pierde como en un bosque en noche cerrada
  • Sintaxis sencilla y digerible de sujeto, verbo y predicado para favorecer un pensamiento lineal y lejos de las complejidades
  • Palabras que están de moda, provenientes sobre todo del inglés, cuando para los mismos conceptos existen ya términos en nuestro idioma
  • Cuando no faltas de ortografía: en todas partes y por parte de todos, una lacra…

El potencial de un idioma es ilimitado

La capacidad de expresión de las lenguas es inagotable. Siempre hay nuevas asociaciones de ideas, nuevas formas de decir las cosas, estilos diferentes y originales…

Es imposible trasladar en palabras lo que pasa por nuestra mente de una manera totalmente exacta a como lo pensamos, porque el lenguaje es limitado. Sin embargo, la versatilidad de la semántica es tal que nos permite ir más allá y conseguir dotar de innumerables matices la expresión de nuestras experiencias, pensamientos, ideas, sentimientos, etc. Y es, precisamente, gracias a esta flexibilidad, que el mundo de la connotación es infinita.

Por eso, reducir un idioma al registro mínimo de los más iletrados o menos interesados en esforzarse por entender es renunciar a la capacidad poliédrica de comunicación.

Que el rebuzno no se convierta en paradigma

Como profesionales que trabajamos con la persuasión y la percepción para vender más, para posicionar una marca, para fidelizar clientes, etc. tenemos el deber moral de cuidar y salvaguardar nuestro soporte de expresión/comunicación.

Hay una vertiente didáctica y “alfabetizante” en nuestra profesión. No podemos contribuir a la vulgarización y simplificación del lenguaje porque exista una importante masa de la sociedad que apenas entiende más allá de unos cientos de palabras. Cuando el lenguaje se convierte en un instrumento para influir en las personas es inexorable utilizarlo con responsabilidad y criterio.

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