Poner en evidencia a los irresponsables

Poner en evidencia a los irresponsables

Nadie hubiera imaginado la dureza con que nos está golpeando la actual pandemia generada por el Covid19. Pero lo que más indigna en esta situación es la irresponsabilidad de algunas personas, a quienes hay que poner en evidencia por su falta de respeto frente al resto de la sociedad.

A nadie le gusta tener que llevar una mascarilla todo el día sobre la cara, ni tener que guardar distancias seguridad para relacionarse con los demás. Aún menos no poder reunirse con amigos o familiares si sobrepasan las 6 personas… Por no hablar de las ingentes e incalculables pérdidas económicas que está suponiendo todo ello para cientos de miles de ciudadanos y familias de todo el mundo.

Pero es inadmisible, inconcebible y una verdadera afrenta para los que sí cumplimos con las normas, que unos cuantos (demasiados) se salten a la torera todas las precauciones de higiene y salud exponiéndose ellos mismos y a los demás a un contagio, por desgracia, demasiado fácil y veloz en su transmisión.

Las multas no funcionan

La coerción para el cumplimiento de las medidas de protección individual se ha basado en todo este tiempo en una serie de multas de cuantía variada según la gravedad de la infracción. Pero la realidad es que, o bien no se aplican estas sanciones, o son anecdóticas en la cantidad a pagar.

Y aún peor, a menudo, quienes pagan las multas, sobre todo si se trata de infractores menores o jóvenes, ni siquiera son ellos mismos, sino sus padres o tutores. O bien son adultos a quienes poco afecta rascarse el bolsillo, para volver a reincidir a la mínima oportunidad. Por añadidura, cuando un agente pilla in fraganti al infractor, tampoco queda claro el criterio de aplicación de la sanción, que a menudo queda en un aviso o amonestación y poco más.

Vergüenza y escarnio públicos con efectos didácticos

Antaño nuestros menores que se comportaban díscolamente en la escuela eran señalados por el resto de alumnos cuando el maestro los retiraba a un extremo del aula, colocado sobre su cabeza un cucurucho con grandes orejas de asno, de modo que sufría la vergüenza y el ridículo de verse así expuesto ante sus compañeros.

Seguro que hoy en día, en que somos todos tan modernos, liberales y flojos para según qué cosas, esto nos parece execrable, y, cierta y seguramente, rozaba lo vengativo y vergonzante, y era poco o nada didáctico y reparador. Pero hoy y a la sazón de todos estos irresponsables conciudadanos, nos viene al pelo para combinarlo con otra parte del castigo tanto o más efectiva, y encima, pragmática.

Contribución a la sociedad, por obligación

Estas personas, ya que por las buenas no desean colaborar para que todos salgamos cuanto antes de esta penosa situación, pueden ser sancionados con trabajos para la comunidad, pero, además, de modo que se identifique claramente por qué han recibido ese castigo.

Por ejemplo, unos policías encuentran un numeroso grupo de adolescentes en pleno botellón y sin guardar la más mínima restricción ni medida de protección. Los identifican a todos y, a medida que la ciudad o el municipio necesita personas para hacer trabajos por la comunidad, del tipo que sea, se les comunica y se les informa de que realizarán ese trabajo con un peto o un chaleco debidamente identificado con un eslogan algo así como “No respeté las normas de protección frente al Covid19”.

Así, primero, tendrán que dedicar un valioso tiempo personal a trabajar en pro de los demás, por la comunidad, y todos sabremos la causa. Y, de buena o mala gana, con su trabajo contribuirán a algo positivo mientras su exposición pública les hará reconocer su error.

Pese a ello, siempre hay sinvergüenzas que no aprenderán nada y reincidirán, pero probablemente mucha gente se lo pensará dos veces: nos duele más el sentido del ridículo y que nos quiten nuestro tiempo que pagar una multa, que, a veces, ni sale de nuestro bolsillo.

Foto de portada: Graffiti urbano anónimo. «Niño castigado con orejas de burro» en un kiosco del barrio de Gracia (Barcelona)

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